La Gran Crisis financiera de 2008 casi se llevó por delante el sistema financiero capitalista. Como consecuencia, entró en escena una política monetaria por parte de los bancos centrales consistente en la compra de deuda pública. Una década de ese régimen de laxitud generó gobiernos y mercados adictos, desencadenando la que quizás sea la mayor burbuja de precios de la historia. Hoy sabemos que fue un error histórico de política económica, una huida hacia adelante que acabó con los incentivos propios del capitalismo y abrió la era de la demagogia. En 2022 Macron vaticinó que se había acabado la época de la abundancia. Con el retorno de la inflación, el final de las restricciones financieras y la subida global de tipos de interés, el sistema afronta una nueva era con el endeudamiento en máximos y los recursos públicos exhaustos. En paralelo, la desafección política y el surgimiento de populismos socavan los cimientos de la democracia liberal. En esta vorágine, Europa, siempre por detrás de los acontecimientos, consuma una década perdida por la ausencia de grandes acuerdos y fatídicamente dependiente del BCE. Esta combinación letal reclama medidas urgentes y profundas.
Las plataformas que dominan internet acumulan más poder que muchos de nuestros Estados. Hoy, Meta, Alphabet, Amazon, Apple o Microsoft han logrado hacerse con el favor de millones de ciudadanos gracias al uso masivo de sistemas de persuasión que nos vuelven adictos a sus servicios. Han conseguido que nuestras vidas se desarrollen alrededor de las cinco, seis o siete pulgadas de nuestros teléfonos móviles y han generado un control sobre nosotros que las erige como auténticas naciones pantalla. Estas tecnológicas, con sus aplicaciones, nos han mejorado la vida y nos ofrecen entretenimiento infinito, pero también –nos alerta Juan Carlos Blanco– contienen un reverso tenebroso que todos reconocemos: su modelo de negocio causa una pandemia de desatención, alienta la desinformación, destruye el tejido comercial de nuestras comunidades, merma nuestras democracias, precariza sectores como el de la comunicación y se sustenta en la extracción de millones de datos para su uso con fines publicitarios violando nuestra privacidad. Ese mundo de ensueño que anunciaban unos jóvenes emprendedores de California con indumentaria surfera no era tal; por ello, sacar a la luz sus efectos más tóxicos y apelar a nuestra responsabilidad para encarar e incluso revertir la situación se ha convertido en la urgente tarea que aquí abordamos.
El propósito de este libro es abordar las propuestas teóricas que, desde el marxismo y el pensamiento crítico, se han hecho sobre el Estado y la posición de Marx sobre el mismo, algunas de las cuales se han sumado a las críticas liberales respecto a que no tenía una teoría del Estado, que solo existían fragmentos dispersos que había que desarrollar, etc. Y, cuando se los «desarrollaba», el resultado no solo era superficial, sino que, además, se mostraban infecundos para comprender de forma crítica la realidad estatal y política existente.
A lo largo de sus capítulos se muestra que en los últimos cien años no se ha comprendido la (existente) teoría de Marx sobre el Estado; que la teoría del Estado es inseparable de la crítica de la economía política; que la lógica interna de una sirve para la comprensión (no la derivación) de la otra. Todo ello, unido a las circunstancias históricas que han permitido al autor participar en uno de los momentos sociales más convulsos y creativos del continente latinoamericano, permite plantear nuevas perspectivas sobre la dinámica y los limites estructurales del Estado, que ayudan a comprender de manera más sistemática lo lúcido de la propuesta critica trabajada por Marx.
Un texto intelectualmente provocador y políticamente útil para los tiempos convulsos que atravesamos.