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PENSAR AL HOMBRE Y LA LOCURA

La sociedad actual tiende a saturarnos de «acontecimientos» sensacionales que nos insensibilizan ante el único acontecimiento auténtico: el encuentro con lo real. Por no ser anticipable, lo real irrumpe sorpresivamente, acontece alterando nuestra identidad hasta el punto de que preservarla exige asimilar lo imposible; de lo contrario, nuestra existencia encalla. Son las crisis las que empujan al hombre a lo imposible: a inventarse, a crearse. Crisis y creación, momentos antilógicos de su paradójica constitución, hacen capaz al hombre de recibir y esperar más de lo imaginable. Así, cuanto más eludimos lo real, más se empobrece el propio yo. Y no vale jugar a negarlo: «No hay yo, sólo roles distintos en contextos diversos». La psicosis desmonta las identidades construidas y hace imposible elegir un personaje; en ella, el hombre aparece en persona con su humanidad al desnudo. Por esto la locura se revela eficaz para comprender quién es el hombre. Pero no a partir de sus éxitos y conquistas, de sus roles y máscaras, sino de su ex-istencia varada, incapaz del encuentro personal y sensible con lo real y con el mundo.
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POST SCRIPTUM

En 1844, y atribuyéndolo a Juan Clímaco, Kierkegaard había publicado Migajas filosóficas, obra en la que diferenciaba radicalmente la filosofía sistemática con pretensiones absolutas (representada por Hegel) del socratismo, y a este, de la relación única que se produce entre el maestro y los discípulos, tal como se establece en el caso de Cristo y los cristianos. Dos años más tarde, el mismo Juan Clímaco (y su «editor», es decir, Søren Kierkegaard) se vio en la obligación de hacer una serie de apostillas a dicho texto. En ellas profundizaba en los muchos matices del problema de cómo cabe siquiera pensar que la eternidad se relacione con el tiempo, o sea, que Dios y la historia puedan estar de algún modo en contacto y el individuo existente pueda realmente convertirse ya ahora en seguidor de la verdad plena y eterna. La empresa, ciertamente, no puede ser más atrevida: se trata de formular los fundamentos de una ontología existencial donde la libertad y el amor hallen cabida e incluso se conviertan en el núcleo de un nuevo pensamiento antisistemático y mucho más profundo que cualquier intento de sistema.
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SIMBOLOS EN LA BIBLIA

La sociedad moderna se caracteriza por la importancia que concede a la imagen. Esta vale más que un discurso y su fuerza es mayor que la de la realidad misma. Cuando leemos la Biblia y otros libros de la Antigüedad clásica, comprobamos que los pueblos en que nacieron no estaban muy lejos de nosotros, pues el símbolo es su modo de expresar icónicamente la realidad. El lenguaje simbólico es, por otra parte, el que mejor traduce las realidades espirituales, las más difíciles, íntimas y profundas. El símbolo no define la realidad de que trata, pero sugiere, apunta caminos, abre perspectivas, explora la existencia sin definirla de una vez por todas. El fundamento del simbolismo de la Biblia nace de la hermenéutica de la encarnación. Según esta, Dios «se encarna en las situaciones humanas, se adapta a la condición de un pueblo para hablarle según sus posibilidades de comprensión. Enciclopedia, diccionario, libro de pastoral, esta obra explica los símbolos más relevantes de la Biblia: aceite, agua, banquete, camino, fuego, montaña, pan, viña… y así, hasta casi cincuenta.
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