«El administrador le entregó la correspondencia. Metió el resto en el saco y lo volvió a cerrar. El médico se dispuso a leer dos cartas personales. Pero antes de romper los sobres miró al coronel. Luego miró al administrador.
—¿Nada para el coronel?
El coronel sintió el terror. El administrador se echó el saco al hombro, bajó al andén y respondió sin volver la cabeza:
—El coronel no tiene quien le escriba.»
Breve obra maestra, esta desolada novela corta ha sido reconocida como el primer triunfo en la trayectoria narrativa de Gabriel García Márquez. Tocada apenas por la fantasía, la historia del coronel veterano de una guerra concluida quince años atrás, quien espera la pensión que habrá de sacarlo de la miseria junto a su esposa enferma, es un profundo canto de esperanzas perdidas que nos sumerge en la atmósfera opresiva de un tiempo ya ido, cuando América Latina emergía apenas a la modernidad entre los restos humeantes del siglo XIX.
El coronel no tiene quien le escriba fue escrita por Gabriel García Márquez durante su estancia en París, adonde había llegado, a mediados de los cincuenta, como corresponsal de prensa y con la secreta intención de estudiar cine. El cierre del periódico para el que trabajaba le sumió en la pobreza mientras redactaba en tres versiones distintas esta excepcional novela, que luego fue rechazada por varios editores antes de su publicación.
Tras el barroquismo faulkneriano de La hojarasca, esta segunda novela supone un paso hacia la ascesis, hacia la economía expresiva, y el estilo del escritor se hace más puro y transparente. Se trata también de una historia de injusticia y violencia: un viejo coronel retirado va al puerto todos los viernes a esperar la llegada de la carta oficial que responda a la justa reclamación de sus derechos por los servicios prestados a la patria. Pero la patria permanece muda...
El coronel no tiene quien le escriba fue escrita por Gabriel García Márquez durante su estancia en París, donde había llegado, a mediados de los cincuenta, como corresponsal de prensa y con la secreta intención de estudiar cine. El cierre del periódico para el que trabajaba le sumió en la pobreza mientras redactaba en tres versiones distintas esta excepcional novela, que luego fue rechazada por varios editores antes de su publicación.
Tras el barroquismo faulkneriano de La hojarasca, esta segunda novela supone un paso hacia la ascesis, hacia la economía expresiva, y el estilo del escritor se hace más puro y transparente. Se trata también de una historia de injusticia y violencia: un viejo coronel retirado va al puerto todos los viernes a esperar la llegada de la carta oficial que responda a la justa reclamación de sus derechos por los servicios prestados a la patria. Pero la patria permanece muda...
El corredor es un alarido de metal y literatura cuya virtud primordial es llevar al lector a un paroxismo, a esa exaltación propia de los derviches y pilotos cuyos bólidos están avizorando, en fracciones de segundo, la pared donde habrán de estrellarse, el fuego donde serán desgarrados por engranajes y ángulos enfurecidos. Alejandro Vázquez Ortiz ha logrado escribir un mecanismo narrativo cromado, con varias capas de pintura, donde conviven la violencia y la desesperación, donde el vértigo y el vacío son las únicas certezas. Aceite quemado, autopistas interminables que brillan en el desierto como pistones al rojo vivo, un terraplén de grava y concreto habitados por automóviles, sangre y dolor. Esta novela no es ajena a un fetichismo, no es ajena a nosotros, humanos al borde de todo. Y eso es lo que la vuelve memorable.
Una historia de amor triangular, donde la pasión se nutre de renuncias y connivencias.
El cortador de cañas es una pequeña obra maestra que sintetiza las preocupaciones temáticas y formales de Tanizaki en la etapa determinante de su carrera: la narración de un desconocido que aparece como una sombra entre las cañas de la ribera del río, en una noche de contemplación de la Luna llena. Un relato dentro de un relato, volcado en los moldes formales de la novela clásica del antiguo Japón, una sociedad que se aferra a los últimos destellos de la civilización que fue.
Porque cuando la justicia la construyen los corruptos, el resultado no puede ser otro que el colapso del edificio».
Un profundo misterio envuelve la trágica muerte de Rosalía Albayeros, una magistrada reconocida por sus principios a la hora de impartir justicia. Ante las crecientes dudas acerca de su rectitud, Rodrigo Láynez, un joven abogado que ha sido su asistente personal inicia una investigación con el fin de desentrañar el enigma y reivindicar el nombre de su preceptora.
En el camino, conocerá una serie de personajes relacionados con ella y se irá perfilando la figura real de la magistrada a través de los contradictorios puntos de vista de quienes la conocieron, pero el esfuerzo por descubrir la verdad hará que la visión que tiene Láynez de la vida y de la justicia quede alterada para siempre.