De una a siete de la tarde -mis horas oficiales o "teóricas" de
trabajo- me confieso un impostor, un chambón, un equivocado esencial. De
noche (conversando con Xul Solar, con Manuel Peyrou, con Pedro Henríquez
Ureña o con Amado Alonso) ya soy un escritor. Si el tiempo es húmedo y
caliente, me considero (con alguna razón) un canalla; si hay viento sur,
pienso que un bisabuelo mío decidió la batalla de Junín y que yo mismo
he consumado unas páginas que no son bochornosas. Me pasa lo que a
todos: soy inteligente con las personas inteligentes, nulo con las
estúpidas.
Rachel es una universitaria irlandesa que trabaja en una librería para pagarse la carrera. Allí conoce a un chico de su edad, James; no tardarán mucho en hacerse íntimos amigos y animarse a compartir un piso tan barato como destartalado. Ambos buscan abrirse camino en la Irlanda de la Gran Recesión mientras gestionan sus caóticas vidas: James está harto de que la gente piense que no quiere salir del armario y Rachel fantasea sin parar con el doctor Byrne, un profesor casado al que intenta seducir con un arriesgado plan de imprevisibles resultados.
SOLO ELLA SABE LO QUE SUCEDIÓ.
SOLO YO PUEDO HACERLA HABLAR.
Alicia Berenson, una pintora de éxito, dispara cinco tiros en la cabeza de su marido, y no vuelve a hablar nunca más. Su negativa a emitir palabra alguna convierte una tragedia doméstica en un misterio que atrapa la imaginación de toda Inglaterra.
Theo Faber, un ambicioso psicoterapeuta forense obsesionado con el caso, está empeñado en desentrañar el misterio de lo que ocurrió aquella noche fatal y consigue una plaza en The Grove, la unidad de seguridad en el norte de Londres a la que Alicia fue enviada hace seis años y en la que sigue obstinada en su silencio. Pronto descubre que el mutismo de la paciente está mucho más enraizado de lo que pensaba. Pero, si al final hablara, ¿estaría dispuesto a escuchar la verdad?
En la casa de Kyoko los invitados son bien recibidos a cualquier hora. Ahí se reúnen cuatro jóvenes, de profesiones y caracteres diferentes, y algo en común: una conciencia estoica que les obliga a negarse a sí mismos, a aparentar que no creen en la existencia del sufrimiento en este mundo, acostumbrados a ocultar sus sentimientos, ese espejo roto en pequeños fragmentos de cristal en su interior. En esa casa no se toman en serio los matrimonios, las clases sociales, los prejuicios ni el orden, ni hay temas de conversación prohibidos. Sólo pensar que existe un lugar así en el mundo alegra a esos cuatro jóvenes, para los cuales ese lugar es un refugio y un faro. Yukio Mishima (1925-1970) es uno de los escritores japoneses más importantes del siglo XX. La casa de Kyoko, novela publicada en 1959, cuenta las historias interconectadas de cuatro hombres que representan las diferentes facetas de la personalidad del autor: lo artístico en el pintor, lo atlético en el boxeador, lo nihilista en el hombre de negocios y lo narcisista en el actor.
Se trata de una meditación que combina la crónica política, la crítica literaria y el relato biográfico para trenzar un número asombroso de historias oculares.
«Matar el ojo» abre el libro con el estallido chileno y lee ahí los mensajes explícitos e implícitos de la «visible» estrategia policial de cegar a la ciudadanía en diversas democracias contemporáneas. «Ojos prestados» regresa al episodio de ceguera experimentado por la autora para analizar cómo se ha escrito la pérdida visual en la obra de Milton, Wordsworth, Joyce, Sartre y Borges, entre otros, y cómo esas cegueras masculinas ensombrecieron las femeninas. El libro cierra con «Las casi ciegas», que narra, a partir de fascinantes hallazgos en entrevistas y cartas, las «borrosas biografías» de tres escritoras fundamentales del siglo XX -Gabriela Mistral, Marta Brunet y la mexicana Josefina Vicens- que sufrieron de la vista sin que ello llegara a manifestarse en su obra.