«Los Fusileros siempre éramos los primeros en desembarcar, porque, de hecho, siempre formábamos la vanguardia al avanzar y la retaguardia en las retiradas. Como los antiguos nativos de Kent, exigíamos por derecho el puesto de honor en el campo de batalla. [...] Ni el calor del ardiente sol, ni las largas millas, ni las pesadas mochilas, pudieron domeñar nuestro ardor.
[...] Era una visión gloriosa la de nuestras banderas desplegadas al viento en aquellos campos. Los soldados parecían invencibles: nada, pensaba yo, hubiese podido derrotarlos. Con decir que, nada más que en los Fusileros, contábamos con algunos de los hombres más duros que hubiesen luchado nunca bajo el sol ardiente en tierra enemiga. Pero viví para ver cómo las penalidades y la fatiga acababan con cientos de ellos antes de que hubiesen pasado unas pocas semanas.
[...] En la retirada de Salamanca recuerdo haber visto caer a muchos hombres. Entonces se trataba ya prácticamente de un "sálvese quien pueda". Aquellos cuyas fuerzas empezaban a fallarles no miraban ni a izquierda ni a derecha, sino que, con los ojos vidriosos, seguían adelante, tambaleándose, como buenamente podían.
[...] Tras la desastrosa retirada a La Coruña, los Fusileros habíamos quedado reducidos a una sombra enfermiza, si se me permite el término. Mi compañía, de cerca de un centenar de hombres, no contaba ya sino tres.»
Fernando de Herrera fue de los primeros escritores españoles en celebrar formalmente la batalla de Lepanto. La inmediatez y el impacto público del acontecimiento, así como la ausencia de textos castellanos que lo hubieran abordado con desempeño suficiente, fueron las causas que el poeta esgrimió para justificar la escritura de la obra. Herrera intervino aquí y allá a lo largo del libro para dar cuenta de su quehacer como historiador, pero también hizo las veces de hombre de letras, de modo que esta obra se convirtió en referencia oficial para la monarquía hispánica. Los autores que en los años sucesivos se ocuparon de la batalla acudieron reiteradamente al discurso construido por Herrera, ya fuera como fuente de información o como modelo literario.
Antón Chéjov está considerado como el representante más destacado de la escuela realista en Rusia y su obra es una de las más importantes de la dramaturgia y la narrativa de la literatura universal, considerándosele dentro del teatro ruso como el representante fundamental del naturalismo moderno. Es uno de los escritores rusos más importantes del siglo XIX, maestro en matices emocionales y en el retrato psicológico de personajes, con inclinación al enfoque crítico en textos llenos de sensibilidad y sentido del humor. Se han realizado numerosas versiones cinematográficas de sus obras.
La mayor parte de las narraciones incluidas en este volumen rememoran y dan forma a las intensas experiencias vividas por Jack London (1876-1916) durante el largo viaje que realizó entre 1907 y 1909 a Polinesia. Pese a estar recorridos siempre por una corriente de humor o de fina ironía, estos Relatos de los Mares del Sur expresan, sin embargo, las obsesiones y convicciones que dominaron la existencia del inquieto autor de Colmillo blanco, La llamada de la naturaleza o El vagabundo de las estrellas, todas ellas publicadas en esta colección: en los conflictos que se plantean en ellos la victoria nunca será de la moral, la ética o los ideales, sino de las fuerzas primigenias, del ímpetu ciego de la naturaleza o de la violencia de los hombres.
En "Relatos fantásticos" el maestro del realismo ruso nos sumerge en mundos donde la frontera entre lo natural y lo sobrenatural se diluye en medio de sugestiones y enigmas que perduran después de su lectura. Iván Turguéniev es uno de los grandes nombres del realismo ruso, pero aquí el lector se sorprenderá con un Turguéniev casi desconocido. Estas historias, prácticamente desconocidas para el lector hispanoparlante, lo revelan también como uno de los grandes escritores de relatos fantásticos. En los nueve relatos que integran esta selección, el genial autor ruso logra con destreza esa condición que Todorov considera inherente al género fantástico: los personajes no sólo se desconciertan, dudan, se preguntan si aquello que viven en realidad sucede, o bien es producto del sueño o la imaginación; también contagian esa duda a quien lee. Iván Turguéniev, maestro indiscutible de la escritura elegante, amigo de Flaubert y Tolstói, es sin duda uno de los más notables autores de la fecunda literatura rusa del siglo XIX.
«La obra de Oscar Wilde es un canto al individuo irrepetible y único en un marco social cada vez más despersonalizado y despersonalizante».LUIS ALBERTO DE CUENCA «Más allá del clásico en el que se ha convertido, y dejando de lado su espíritu de novela gótica, en la que lo maravilloso y costumbrista se dan la mano para crear un universo completamente nuevo, El retrato de Dorian Gray (1890) es una minuciosa descripción de qué ocurre con el libre albedrío cuando se encuentra desligado de la responsabilidad y de la conciencia. La novela comparte la recargada estética de sus cuentos, la ligereza del diálogo, el giro emocional, un poco sentimental incluso, de sus protagonistas. Pero capta, como no se arriesgó en otras obras, el espíritu de la época, los pliegues del alma de Wilde, y, como todos los clásicos, se adelanta a una sociedad que, más de un siglo después, continúa absorta en su propia imagen, venera la juventud, relativiza los valores, desprecia lo fundamental del arte y sigue bailando, mientras todos miran, mientras todos ocultan algo que no desean que los demás contemplen»