Éliphas Lévi es conocido, sobre todo, por sus numerosos libros sobre magia y otras ciencias ocultas, como la cábala. Menos conocida es su faceta de agitador político y socialista utópico, a la que responde en mayor medida este Hechicero de Meudon (1861). ¿Quién es este «hechicero»? Nada más y nada menos que el escritor François Rabelais, a quien Lévi convierte en personaje de una divertida novela de aventuras y desventuras, con continuas referencias al universo de Gargantúa y Pantagruel. Entre frailes borrachuzos, amores terrenales, acusaciones de herejía y canciones de taberna discurre la vida de este Rabelais, que se nos revela finalmente no como un brujo sino como un sabio cuyo mayor poder es la fe en una Humanidad libre, regida por el lema: "Haz lo que quieras".
Formidable escritor y poseedor de una personalidad arrolladora, Gilbert Keith Chesterton convirtió la paradoja y el sarcasmo en sus principales armas literarias.
Las historias de El hombre que sabía demasiado nos presentan a Horne Fisher, un investigador que no resuelve los crímenes gracias a su ingenio ni a sus dotes deductivas, sino por sus conocimientos sobre los entresijos de la política británica y por su intrincada red de contactos. Pero no es el único personaje peculiar de esta recopilación de relatos que subvierten el género policíaco y al mismo tiempo nos ofrecen una de las mejores obras de uno de los grandes autores que ha dado la literatura inglesa.
Esta selección de cartas dirigidas a la escritora Louise Colet pretende ofrecer una muestra significativa de la teoría literaria innovadora que Flaubert expuso en la correspondencia que dirigió a su amante. La pasión amorosa va destilando la que quizá fue la mayor y auténtica pasión del autor de Madame Bovary: la pasión de la escritura. Flaubert nunca pensó que otras personas leerían estas misivas años después, y esa libertad y espontaneidad con que están escritas permiten que sean de lectura ágil y atractiva. La revolucionaria teoría literaria que expone en ellas, así como el proceso de creación de sus novelas adquieren una cercanía y expresividad sorprendentes. Muchos críticos consideran que la extensa correspondencia de Flaubert (casi cuatro mil cartas) constituye su mejor obra literaria.
Escrita después de Crimen y castigo y antes de Los demonios, de nuevo en un largo período de penu¬rias, El idiota (1868-1869) inicia el ciclo final de obras maestras de Dostoievski. Como todas ellas, ha propiciado múltiples lecturas: Hermann Hesse veía como la característica fundamental de su héroe el hecho de tener «una relación con el inconsciente más íntima y menos oscura que los demás»; Antonia S. Byatt decía recientemente que «como sus cómicos antecesores don Quijote y el señor Pickwick», la suya era una «inocencia que causaba daño». En cualquier caso, la fuerza de la novela estriba en situar a un personaje cándido, inteligente y a la vez lastrado por un déficit mental, generoso y en paz consigo mismo y con las adversidades del destino, en una sociedad no tanto frívola y volcada en lo material como desquiciada por la duda, la ansiedad y la insatisfacción.
Los mejores libros jamás escritos «Quería hablar a menudo, pero, la verdad, no sabía qué decir. ¿Sabe usted?, en ciertos casos lo mejor es no decir nada.» Tras retratar magistralmente la figura del culpable en Crimen y castigo, Dostoievski ahonda en El idiota en el alma torturada de un hombre inocente. Después de pasar varios años en un sanatorio suizo, el joven y piadoso príncipe Mishkin regresa a su Rusia natal para recibir una herencia y «mezclarse con la gente». Sin embargo, en San Petesburgo solo le aguarda una sociedad obsesionada con el dinero, el poder y la manipulación que pondrá a prueba su moral y sus puros sentimientos. Antes de llegar a su destino conoce al inquietante Rogozhin, hijo de un acaudalado mercader, cuya fijación por la hermosa Nastasia Filíppovna acabará por arrastrar a los tres protagonistas a un fatal desenlace. La presente edición cuenta con la traducción magistral de José Laín Entralgo y Augusto Vidal. El estudio introductorio es de William Mills Todd III, catedrático de literatura y lenguas eslavas en la Universidad de Hardvard.
La visión ácida y crítica que Nikolái Gógol (1809-1852) tenía de la Rusia del zar Nicolás I, puesta de relieve en sus Historias de San Petersburgo -entre las que se cuentan relatos tan célebres como «La nariz» y «El abrigo»- y más aún en su novela Almas muertas (ambas publicadas en esta colección), encuentra quizá su más acerada y universal expresión en El inspector, obra que en su primera representación en 1836 dejó conmocionada a buena parte del público asistente. En este peculiar "retablo de las maravillas" ruso, el rumor de la visita de un inspector a una pequeña ciudad del Imperio deja al descubierto todas las miserias y corruptelas de una sociedad en la que, a falta de cualquier instancia de control, el envilecimiento y el cohecho se convierten en normalidad.