Este es el tren de Alfonso. Aquí va Alfonso en su tren pasando por el país de la Poesía. Pasan pueblitos, ciudades, países, épocas, gentes, sueños, fracasos, muchos fracasos y sueños de nuevo; pasa todo lo que, gracias a Dios, es todavía, y lo que fue o está lejos o aún no ha sido. Es el viaje de un príncipe de la nostalgia, de un mago de la palabra, de uno de los grandes elegíacos de la América de estos tiempos, que, sin embargo, en algún momento de humildad extrema, ha dicho de sí mismo: «Fui apenas un hombre tontamente triste». El mismo mago, el mismo gran poeta que, dos curvas del tren más allá, volviendo sobre sí mismo, confesará, melancólico: «He cambiado tantas veces de casa, he vivido tantas vidas». No es este, pues, pasajero, como enseguida comprenderás, el tren que va, es el tren que vuelve, que seguirá pasando eternidad tras eternidad, de ahí sus aullidos, su estrépito, su desafuero de gran viaje del corazón. Acomódate junto a tu ventanilla, y siéntelo.