Acusó al difunto, exorcizando demonios, de congó, papá bocó, confundir el agua bendita con el gas morao, el espíritu santo con un guanguá, y comerse, montándose a ritmo de gaga, un niño con batata asá. Emuló, con sarcasmo y desparpajo dramático, la trola, trazada y diseminada por intelectuales prepagos, aúlicos todoterreno, de que el aparato motor del tribuno Pie fuera una copia perfecta de su antepasado antropoide, y que tantos los negros como los pobladores originarios pertenecen al reino de las criaturas que medran entre la bestia y el hombre como siervos a natura.
—¡Dios creó al hombre y el Diablo creó a los haitianos! —aseguró, a garras de gargajos y rictus ludibrinoso, nuestro cardenal prejurásico, zarandeándose sobre el púlpito con repugnante carcajada, embro- llándose, esperpéntico, entre las penumbras de un soberbio y funambulesco rapto, quedándose, en su performance, de repente, tuche.