El verso prosado, preciso, plástico y sonoro de Plinio Chahín se encumbra, en estos poemas cortos, para que el lector deje atrás las limitaciones del mundo de la hiperinformación y el encerramiento, de la soledad y el miedo compartidos en el ciberespacio, del rendimiento excesivo del teletrabajo y se deje llevar por la magia del buen decir y por la esperanzadora fuerza que, más allá de la amenaza y la virulencia letal de la pandemia, la fe en el amor provoca, para devolvernos el sentido ulterior de la existencia, el deseo de encontrarnos y fundirnos en el otro, cuando no en su recuerdo y en el vacío que deja la sensación perenne de tocarlo, abrazarlo, besarlo sin poder hacerlo.
Me complace reiterarlo, con los suyos y con los de otros, Plinio Chahín se torna, ante el torbellino del lenguaje poético, en el mejor artesano, el mejor jardinero, el mejor domador del bestiario del poema. Lo más interesante, es que, al mismo tiempo, permite que su lector asuma cada uno de esos roles, sin chistar siquiera, cuando se enfrenta a las líneas de su prosa o la flecha indetenible de su verso en gestación.
José Mármol