La publicación de La historia del amor, segunda novela de Nicole Krauss, supuso la confirmación del extraordinario talento de esta joven escritora norteamericana, suscitando el elogio entusiasta de críticos y escritores, entre ellos el Premio Nobel de Literatura, J.M. Coetzee.
Leo Gursky, cerrajero polaco jubilado en Nueva York, cuya obsesión es "no morirme un día en que nadie me haya visto", recibe misteriosamente el manuscrito de un texto que creía perdido, acompañado de una enigmática carta. Instalado en el ocaso de su vida, esta sorpresa lo lleva a bucear en los recuerdos de su lejana juventud, recuperando emociones que suponía enterradas.
No muy lejos de allí, la quinceañera Alma Singer padece los dilemas y conflictos de su edad. Hace ya ocho años que su padre murió de cáncer y ella ha decidido que es hora de que su madre deje de estar triste, o sea, se dispone a encontrarle un nuevo marido.
Tanizaki se sirve de la figura de Yaichi, un músico y masajista ciego, para recrear el universo femenino, y siempre ignorado, del Japón medieval. El ciego sirviente formará parte del séquito más íntimo de la dama Okichi, esposa del señor Nagamasa, de quien se convertirá en su más devoto admirador. La acompañará fielmente en los sinsabores de la vida, en sus tragedias y en sus escasas alegrías, y será testigo directo de acontecimientos claves de la historia japonesa a través de la vida de Okichi y de sus tres hijas, todas ellas personajes históricos a la sombra de los grandes hombres de su época. Tanizaki da voz a unas mujeres (madres, esposas e hijas) que quedaron silenciadas y ocultas tras el velo de la Historia.
De la fórmula «poema épico-cómico en prosa» que Fielding eligió para encuadrar Joseph Andrews dentro de la tradición clásica, el elemento más significativo es, sin duda, el adjetivo «cómico». Inspirándose en don Quijote el autor crea un personaje, el vicario Adams, que ha conseguido, gracias a las virtudes que lo adornan, ganarse el afecto de los lectores de todos los tiempos pese a sus excentricidades y a su absurdo comportamiento.
Aunque La historia de las aventuras de Joseph Andrews es una de las mejores introducciones a la Inglaterra del siglo XVIII, su interés no es exclusivamente histórico, pues con el paso del tiempo sigue demostrando cómo Fielding creó en esta novela, iluminándola con su espíritu, un mundo propio que sigue hoy tan vivo como hace más de dos siglos.
Kullervo el Desdichado, como Tolkien lo llamaba, es un niño huérfano sin fortuna alguna, con poderes sobrenaturales pero marcado por un destino trágico. Educado en la granja del oscuro mago Untamo, Kullervo estaría solo en el mundo si no fuera por el amor de Wanona, su hermana gemela, y por la protección de los poderes mágicos de Musti, el perro negro. Kullervo es vendido como esclavo y jura vengarse del mago, pero cuando está a punto de llevar a cabo la venganza se da cuenta de que no puede escapar al más cruel de los destinos.
Tolkien armó que La historia de Kullervo fue «el germen de mis intentos de escribir leyendas propias» y que constituía «uno de los temas principales en las leyendas de la Primera Edad». De hecho, Kullervo es el precursor de Túrin Turambar, el trágico héroe incestuoso de Los hijos de Húrin.
A principios de los años cincuenta, en un Irán poderoso pero sumido en un sinfín de disensiones, un humilde chófer del ejercito iraní llamado Behruz atraviesa Teherán de vuelta a casa. De pronto, llega a sus oídos el sollozo debil y lastimero de un bebe. Lo que no sabe Behruz es que esa niña, a la que llamará Aria, va a provocar un vuelco radical en sus vidas.
A traves de los ojos de una recien nacida, conoceremos a tres mujeres muy distintas obligadas por el azar a hacer de madre de esta niña huerfana: la irresponsable y ensimismada Zahra, casada con Behruz; la acaudalada y compasiva Fereshte, que tras acogerla en su hogar la adopta y nombra heredera; y finalmente la enigmática y menesterosa Mehri, que resulta ser a la vez una bendición y una carga.
Un día de enero de 1941 un soldado alemán callejea por el barrio de san Lorenzo de Roma, y en ese caminar sin rumbo, con unas copas de más en el cuerpo, el joven se topa con Ida, una maestra viuda y madre de un hijo, que vuelve a casa después del trabajo. Vemos a una mujer de mirada sumisa y caderas anchas, que no invitan a la seducción, pero el tiempo apremia. Al día siguiente el soldado se irá para siempre y cualquier abrazo le vale. El hombre sigue a Ida hasta el piso humilde que comparte con su hijo. La viola, luego sonríe como disculpándose, se fuma un pitillo, marcha y nunca más sabremos de él.De este acto banal en su brutalidad nacerá un niño, y la historia de la familia de Ida va a llenar las páginas de una novela que iluminó todo el siglo XX y aun proyecta una luz intensa en la realidad de hoy. Ida y sus hijos no son partícipes en primera persona de la guerra que asola Europa, y ni siquiera tienen valor para declararse víctimas: son comparsas, animales tristes que muestran su miseria sin reprochar nada a nadie. Sin embargo las palabras de Elsa Morante, su modo de escribir tan visceral y próximo, los rescata para siempre y nos los entrega más vivos que nunca. Ella es la cronista de una historia sin Historia, y su mirada no es piadosa porque no lo necesita. Ida, Useppe, Nino: basta con acompañarlos para no olvidar.