Alguien debía de haber calumniado a Elfriede Jelinek porque el fisco alemán se presentó un buen día en su casa. Escarbaron en sus papeles, indagaron en su vida repartida entre Múnich y Viena, buscaron pruebas con las que llevarla a juicio y condenarla. La investigación quedó en nada. De la experiencia sufrida surgió, en cambio, este coro de voces espectrales, música huracanada que arrastra todo a su paso, revuelve los papeles y trastoca pasado y presente. Jelinek exhuma la historia de sus parientes perseguidos por el nazismo y levanta acta de acusación contra las hipocresías múltiples del poder, los esquiadores felices, los futbolistas que regatean impuestos y las muchedumbres dichosas que toman el sol en la playa y olvidan las vidas ahogadas en las aguas en las que se bañan.
Unos cien años después, el escritor húngaro Péter Nádas escribe esta pequeña joya titulada La propia muerte. Esta ocurre en el hospital, ante los médicos; se nos muestra el quirófano, los pasillos hospitalarios, la enfermedad. Ya no queda nada, o casi nada, de mitología. Lo que hay, en cambio, es algo que no encontramos en Rilke: una experiencia propia. Nádas sufrió en abril de 1993 un infarto y es esa vivencia la que se describe con delicadeza y minuciosidad en el presente libro.
El inmaduro e indeciso Shozo lleva una vida tranquila junto a su nueva esposa Fukuko y su adorada gata Lily, a la que cuida y mima sin límites. Pero la aparente paz de los recién casados se verá interrumpida por los planes de Shinako, la resentida exmujer de nuestro indolente protagonista, que ha sido expulsada de su casa sin compasión y pretende recuperar su antiguo hogar. La obsesión de Shozo por su gata, los celos de la caprichosa Fukuko y las astutas maquinaciones de Shinako para recobrar la atención de su exmarido tendrán como nexo a la consentida Lily, una gata cautivadora que es capaz de mostrar más amor, comprensión y lealtad que los humanos que la rodean.