Todo lo que Annis sabe lo aprendió de su madre: a luchar, a ser fuerte, a crecer en un mundo sumido en la oscuridad. También fue ella quien le contó que su abuela era una guerrera africana que llegó a América como esclava y que el hombre blanco al que ambas llaman «amo» fue quien la engendró: el mismo amo cruel que vendió a su madre a unos hombres del sur.
A Annis le aguarda ahora idéntico destino. Encadenada a una hilera de hombres y mujeres, recorre a pie los hermosos e implacables paisajes del sur de Estados Unidos: desde los campos de arroz de las Carolinas hasta una imponente plantación de azúcar en Luisiana, pasando por los mercados de esclavos de Nueva Orleans. Durante este viaje inhumano, la joven conocerá un mundo repleto de mitos y de espíritus, unos decididos a protegerla y otros dispuestos a traicionarla.
Es 23 de abril, fecha de nacimiento de Shakespeare, y las gemelas Dora y Nora Chance, actrices y coristas de segunda fila, se disponen a celebrar sus setenta y cinco años. Suena el timbre: en una tarjeta blanca llega la invitación a la fiesta de su padre, el legendario actor Melchior Hazard, quien nunca ha reconocido a las hermanas como sus hijas y que ese mismo día cumple cien años. Así comienza Niñas sabias, la historia de dos mujeres libres y eternamente jóvenes que, nacidas en el lado equivocado de la ciudad, siempre se han sentido atraídas por el brillo del teatro y la farándula. Desde su insólita infancia y a lo largo de su estrambótica carrera, la vida de las gemelas es una sucesión de episodios grotescos: entre identidades equivocadas, novios prestados, rivalidades acérrimas y fiestas que culminan en incendios, el mundo de Dora y Nora, poblado por una legión de personajes improbables, es un lugar que no admite reglas y en el que reina la desvergüenza suprema.
La edición actual incluye fotografías de familiares que inspiraron los personajes de la novela, algunos de los cuales, fallecidos entretanto, recuperan su nombre real. En el epílogo («A la sombra de Clara Stauffer»), la autora explica estos y otros detalles, como la impresión que recibió una tarde de finales de marzo de 1997: «Tuve una corazonada. Levanté la vista y, tras coger aire, como un buceador que se propone llegar hasta el fondo, me lancé a recorrer aquella lista negra, sin detenerme antes a leer el artículo. Los ciento cuatro nombres anunciados aparecían por riguroso orden alfabético. No quise saltarme ni uno. Y sí. Allí, entre asesinos y torturadores, entre destacados miembros de la Gestapo y las SS, entre los responsables de uno de los períodos más siniestros en la Historia europea, estaba ella. La única mujer de toda la lista. Clara Stauffer Loewe, la hermana de mi abuela materna. Tuve que leer varias veces la descripción».