Los límpidos versos de Manuel Astur, reminiscentes de la obra de Walt Whitman y Mary Oliver, pero también de la poesía clásica china, son un estremecido canto a la vida en que el mundo natural ejerce a un tiempo de cálido refugio e inevitable recordatorio de nuestra finitud. Destellos exógenos de una cruel belleza traen ecos del pasado al poeta, pero también vislumbres de una serenidad que lo reconcilia con la amarga caída del fruto siempre verde de la vida.
Fuente Amarga es un pequeño pueblo en el sur de Italia, rodeado por campos áridos a los que los hombres entregan la vida. Un pueblo como muchos, que sin embargo, para quien nace y crece allí, es el cosmos, con sus leyes universales e inmutables. En Fuente Amarga, los «paletos» sufren injusticias y abusos tan atávicos que les parecen naturales como la lluvia y el viento; y la escalera social para ellos tiene dos peldaños: la condición de gleba a ras de suelo y, solo un poco más arriba, la de los pequeños propietarios. Por encima de todos (y de todo), inalcanzables en su condición de caprichosos semidioses, los señores de la tierra, perpetuos custodios del poder al que sirven y representan según el soplo del viento de cada época. Con el advenimiento de la dictadura fascista, el orden social se tambalea, y sobre los fuenteamargados se desencadenan nuevos abusos que constituyen el relato de esta novela.
No te imaginas cómo era. Para nosotras, me refiero. Para las mujeres, las esposas.» Tricia es una joven recién casada con un prometedor abogado que trabaja para la Armada estadounidense. Charlene es una entregada ama de casa con tres hijos, tan guapa como intimidante. En el Saigón de 1963, las dos forjan una frágil alianza mientras tratan de compaginar los roles que les han asignado con sus propios deseos y convicciones. Varias décadas después, la hija de Charlene retoma el contacto con Tricia y juntas rememoran esa época crucial de sus vidas: las ansias de maternidad de Tricia y los esfuerzos de Charlene para mejorar las condiciones de los orfanatos en Saigón.
En 2018, la escritora y poeta estadounidense Maggie Smith, casada y madre de dos hijos, descubre que su marido tiene una relación con otra mujer. En cuestión de días, la realidad que había construido durante más de veinte años se derrumba y da paso a un dolor que convertirá, a través de la escritura, en un renovado compromiso consigo misma.
A base de pequeñas viñetas, pieza a pieza, Smith traza una reflexión llena de empatía y humor sobre la desintegración de un matrimonio que es también un ajuste de cuentas con la feminidad contemporánea, los roles tradicionales de género y las dinámicas de poder que persisten incluso en las parejas más modernas. Página a página, estos fragmentos terminan erigiéndose en un interrogatorio a la familia, el trabajo y el amor.
Estampas poéticas, estampas venecianas, estas reflexiones acerca de la ciudad abren brechas en la memoria del escritor, que entrelaza recuerdos personales con hechos acaecidos en esta ciudad de agua, agua que, como él mismo dice, «la golpea y la rompe en pedazos, aunque al final la recoja y la lleve consigo hasta depositarla, intacta, en el Adriático». Esa percepción y ese contrapunto entre imágenes y pensamientos se asociarán para siempre en la mente del lector con el nombre de Venecia.
La conversación es un arte efímero y privado; quizá el más selecto de todos, ya que son muy pocos los elegidos que tienen la fortuna de escuchar y participar en cualquiera de sus mejores representaciones. Casi todos los que tuvieron el privilegio de conocer a Oscar Wilde coinciden en que era un conversador incomparable. Un aspecto esencial de su lúcida y amena conversación se preserva en los incontables e ingeniosos epigramas que brillan a lo largo de toda su obra; su secreto consiste en que, siendo al mismo tiempo ciertos y falsos, siempre amplían nuestra visión de la vida.