They had nothing in common until love gave them everything to lose . . .
Louisa Clark is an ordinary girl living an exceedingly ordinary life—steady boyfriend, close family—who has barely been farther afield than their tiny village. She takes a badly needed job working for ex–Master of the Universe Will Traynor, who is wheelchair bound after an accident. Will has always lived a huge life—big deals, extreme sports, worldwide travel—and now he’s pretty sure he cannot live the way he is.
Will is acerbic, moody, bossy—but Lou refuses to treat him with kid gloves, and soon his happiness means more to her than she expected. When she learns that Will has shocking plans of his own, she sets out to show him that life is still worth living.
Long cherished by readers of all ages, The Adventures of Huckleberry Finn is both a hilarious account of an incorrigible truant and a powerful parable of innocence in conflict with the fallen adult world.
The mighty Mississippi River of the antebellum South gives the novel both its colorful backdrop and its narrative shape, as the runaways Huck and Jim—a young rebel against civilization allied with an escaped slave—drift down its length on a flimsy raft. Their journey, at times rollickingly funny but always deadly serious in its potential consequences, takes them ever deeper into the slave-holding South, and our appreciation of their shared humanity grows as we watch them travel physically farther from yet morally closer to the freedom they both passionately seek.
Sentado junto a una ventana con vistas a un lago cuyas aguas indefinidas, letárgicas, pusilánimes e indecisas le parecen fiel imagen de aquellos que, esperando su muerte, lo rodean en su retiro, el juez Casaldáliga ya no recuerda aquella frase que su padre le repetía de niño una y otra vez: «Has de tener bien presente que un hombre no es nada sin un destino». Un destino inconfundible y nítido que él buscó, empecinado, durante mucho tiempo, hasta que, en 1939, al regresar a su país después de un exilio de tres años en Lisboa, vio claro que el final de una guerra cuyas consecuencias ni le interesaban ni le importaban, le brindaba sin embargo una oportunidad para decidir no sólo su destino, sino también el de sus semejantes. El siglo (1983), una novela que se adentra en los mecanismos de la delación y la supervivencia, del dominio y la traición de los semejantes fue, durante mucho tiempo, una de las preferidas de su autor.
Almustafá está a punto de regresar a su casa tras pasar doce años en Orfalese. Pero, antes de tomar el barco que le llevará a su ciudad, se entretiene con un grupo de personas departiendo sobre diferentes aspectos de la condición humana. Dividido en veintiséis breves ensayos poéticos, El profeta refleja los pensamientos de Almustafá acerca del amor, el trabajo, la alegría, Dios, la amistad, el crimen o la belleza… Un tratado humanista, trascendente y poético, que se convirtió en un clásico de la literatura del siglo XX y que tuvo su continuación con El jardín del profeta, cuando Almustafá llega a su isla natal y se reúne con diez de sus discípulos, para posteriormente dirigirse hacia las alturas y, una vez allí, dejarse llevar por la neblina.
En esta historia, tan picara como moral, a pesar de la advertencia del autor, nos habla Zweig de la idea del doble, en este caso representado por dos hermanas: Sophia (la razón) y Helena (la pasión). Ambas compiten por recuperar, cada una a su manera, el esplendor perdido de su familia. Una, a través de la virtud, la otra, a través de la pasión. Pero ¡cuan delgada es la línea que separa la templanza de la voluptuosidad! Precisamente esto es lo que Helena pretende averiguar cuando pone a prueba a su hermana, sin sospechar el sorprendente final que el destino le depara.