A sus cuarenta años, como un road trip, sin más referente que una fotografía vieja, una hija emprende la búsqueda de su padre. Mientras narra la decisión de ir a conocerlo y el viaje que la lleva de Ciudad de México a Michoacán, iremos construyendo, junto a ella, el pasado, los amores, las alegrías, los accidentes, las ausencias. Su vida, entonces, se despliega como el entramado de esta indagación: entre siete hermanos y una madre trabajadora, la protagonista crece y reflexiona no solo sobre su biografía, sino también sobre la historia de un país profundamente dividido.
La cabeza de mi padre es un libro transparente, en el que los lectores acompañaremos el viaje para dar con ese hombre de destino misterioso y, quizá, alcanzaremos a ver destellos de nuestras propias búsquedas. Una historia escrita desde la entraña, desde donde solo se puede transitar el camino hacia el origen.
El tío Celan era serísimo como los candelabros; sostenía la mirada y saltaba los siglos; sabía que hay edificios umbrosos, terribles, sin estilo resuelto de antemano; estilo alpino, estilo garaje, estilo japonés, sin estilo; por eso no dormía o dormía caminando cuando usaba palabras en el sueño de cuarzo, de ámbar, sin moscas, de granito fragmento de “Capítulo tío Celan”, de Luis Moreno Villamediana Luis Moreno Villamediana (Venezuela, 1966).
Esta novela corta de la escritora inglesa Vernon Lee está entre lo mejor de sus páginas de ficción, incluidas las dedicadas a la fantasía y lo sobrenatural por las que llegó a ser una autora muy reconocida. La trama, en la que todo rezuma ese mundo estético y artístico en el que vivió la propia Lee, describe con maestría y de forma ambiental el periplo de una joven, la señorita Flodden, a ojos de un extraño personaje, un atildado especialista en cerámicas –cuya voz es muy identificable con la de la propia autora–. Este, deslumbrado por ella, la anima a llevar una vida dedicada a su pasión por lo que ama, sin ataduras ni convenciones. Desde ese planteamiento Lee escribió un pionero y soberbio relato sobre el aprendizaje, el privilegio del arte, el amor, el desclasamiento y contra la frivolidad, los corsés sociales y cualquier tipo de claudicación femenina.
Irene G. cierra algunas de sus heridas con este nuevo poemario, sin dejar de ser mujer rota que nada en su propia sangre templada, enfrentándose al duelo del abandono, de la pérdida, del descenso a las profundidades de la soledad, con la sed de una mujer que anhela matar el miedo, y una nueva vida hecha de pedacitos de vida. Con la experiencia de una poeta con oficio, la autora logra a través de su escritura sumergirse más y más hacia los fondos marinos, y conducir a quien lee entre las algas, dejándole la angustia propia de la falta de respiración, del silencio de las aguas. Sin embargo, deja un atisbo de luz hacia la superficie, porque la felicidad es una niña sin nombre, y la inquietud de las mariposas puede llegar a buscar refugio en las costillas de quien ha luchado con los puños y los dientes apretados. Las heridas de Irene G. escuecen por su crudeza, pero están hechas del mismo material que las de nuestras ausencias y nuestros fracasos. Por eso, nos invita a intuir el precipicio, a volar de memoria, a mirar a las flores para entender el amor y a esperar en la orilla para renacer con la siguiente ola. No habrá forma de resistirse a adentrarse en su mar.
Elise es una ambiciosa detective; o lo era antes de que el cáncer del que se recupera le hiciese tambalear sus cimientos. Ahora se acaba de mudar a Ebbing, un idílico pueblo en el que no conoce a nadie. Durante su convalecencia, asiste desde su ventana a las tensiones entre los turistas de fin de semana y los lugareños.
Elise sólo puede adivinar lo que sucede tras las puertas de sus vecinos; sin embargo, Dee, la joven que la ayuda con la limpieza, es una presencia invisible que ve y oye todo.
Todo se hace añicos cuando dos adolescentes son hospitalizados y un hombre desaparece. Elise se verá de nuevo en marcha en busca de respuestas, pero la pequeña comunidad cierra filas para guardar bien sus secretos.
Novela concebida como sátira de personajes y situaciones reales (en particular, el ambiente del Teatro de Arte de Moscú en los años veinte y treinta, así como sus principales figuras, Stanislavski y Nemírovitx-Dánchenko, con las que no congenió demasiado), es también una declaración de amor al teatro y a su gente, así como una autocaricatura, en la figura del protagonista, tan cruel como los retratos que a menudo hace de los otros personajes.