Un mechón de pelo y nueve palabras: «Esta era ella. Este, su pelo. Yo, su asesino».
La aparición de un mechón de pelo junto a un inquietante anónimo provoca la reapertura del caso Alicia, la joven asesinada hace quince años en un monte de Cantabria; el hecho podría confirmar una terrible sospecha: ¿y si el autor del crimen no fuera el hombre encarcelado por ello hace más de una década? La eficiente y metódica inspectora Herreros se verá obligada a liderar la investigación entre un Bilbao opresivo y un Madrid frenético mientras seguimos los pasos en primera persona del inspector Brul, su jefe y mentor, el hombre que mantuvo una relación con la víctima meses antes del suceso.
Herreros y Brul, dos caracteres arrolladores, una fuerte atracción física, se sumergen en un crudo entramado de poder, mentiras y violencia. ¿Quién era Alicia? ¿Qué oculta Brul? El coste de la verdad marcará para siempre a los protagonistas.
Acabada la Segunda Guerra Mundial, las mujeres y los niños alemanes de Prusia Oriental quedaron abandonados a su suerte ante el avance victorioso del Ejército Rojo. En medio de aquel terrible invierno, las mujeres trataron de ayudarse entre sí, mientras algunos niños se atrevieron a cruzar los bosques y la frontera para alcanzar Lituania y, una vez allí, pedir comida o trabajo a los granjeros y traer de vuelta lo que consiguieran. Esos niños conocieron la crueldad, la violencia, pero también la amabilidad y solidaridad, incluso el heroísmo. A esos niños los llamaron «los niños-lobo».
Medea, la princesa maga de la Cólquida, la que fue esposa de Jasón y mató a sus hijos por desamor, la que tuvo que huir de Corinto, Atenas y Asia Menor, acosada por humanos y dioses, objeto de la furia de Zeus, va a la deriva en un enorme bloque de hielo que mengua día a día, camino de un destino desconocido. Pero esta no es su única angustia: es un ser inmortal y no puede morir, ni por su propia mano.
"-Puedo darte todo lo que desees -dijo el hada-. Riqueza, poder y cetro, fama, una vida larga y feliz. Elige.
-No quiero riqueza ni fama, poder ni cetros -respondió la bruja-. Quiero un caballo que sea negro y tan imposible de alcanzar como el viento de la noche. Quiero una espada que sea luminosa y afilada como los rayos de la luna. Quiero atravesar el mundo en la oscura noche con mi caballo negro, quiero quebrar las fuerzas del Mal y de la Oscuridad con mi espada de luz. Eso es lo que quiero.
-Te daré un caballo que será más negro que la noche y más ligero que el viento de la noche -le prometió el hada-. Te daré una espada que será más luminosa y afilada que los rayos de la luna. Pero no es poco lo que pides, bruja, habrás de pagármelo muy caro.
-¿Con qué? En verdad nada tengo.
-Con tu sangre."
Nueva Zelanda, 1907. La infancia de Gloria, bisnieta de Gwyneira, termina abruptamente cuando es enviada junto a su prima Lilian a un colegia en Gran Bretaña. Una vez allí, Lilian encaja en las costumbres que impone en Viejo Mundo, pero Gloria quiere volver a toda costa a la tierra que la vio nacer, en el extremo opuesto del mundo. Y es ese profundo sentimiento el que la empuja a coger las riendas de su vida e idear un atrevido plan que marcará su destino para siempre.
El grito de la tierra cierra la trilogía que comenzó con En el país de la nube blanca y siguió con La canción de los maoríes. Con esta inolvidable saga familiar ambientada en Nueva Zelanda, la escritora alemana Sarah Lark ha cautivado a ocho millones de lectores en todo el mundo. El resultado es una epopeya literaria tan emotiva como fascinante que nos lleva a la tierra donde viven los sueños.
Entre los grandes colaboradores que tuvo desde su creación en 1902 el Times Literary Supplement, considerado el medio literario más respetable de la época por T. S. Eliot, figuraban nombres como los del propio Eliot y Henry James, pero, según su director, la joya de la corona fue sin duda Virginia Woolf. En estos ensayos extraordinarios, la joven crítica supo arrojar nueva luz sobre escritores conocidos y construir manifiestos provocadores acerca del futuro de la novela; y, gracias a ellos, disfrutó de la ansiada independencia económica. Tras su escrutinio de autores que conformaron su canon literario #como Charlotte Brontë, George Eliot, Elizabeth Barrett y Joseph Conrad# se vislumbra el pensamiento que iluminó su producción narrativa. Pero, sobre todo, se percibe a la Virginia Woolf lectora, para quien, como nos recuerda Ángeles Caso en el prólogo, leer nunca fue un refugio, sino «el acto supremo de insumisión, la mejor manera de hacer frente a la violencia siempre dominante con un gesto callado pero lleno de desafío», y cuyo entusiasmo por la gran literatura sigue inspirándonos hoy más que nunca. Un volumen inédito que refleja el ingenio y la inteligencia de una autora icónica.