El bosque era el lugar al que me gustaba escapar en mi niñez y mi adolescencia; aquél era mi lugar. Allí aprendí que la oscuridad brilla, más aún, resplandece; que los vuelos de los pájaros escriben en el aire antiquísimas palabras, de donde han brotado todos los libros del mundo...» Así comienza este singular relato, un texto de fabulación y poesía, extraído del discurso que la escritora barcelonesa, Ana María Matute, pronunció en 1996 con motivo de su ingreso en la Real Academia de la Lengua Española.
En su recorrido de la niñez a la adolescencia, el joven Naka nos ofrece un delicioso y vívido retrato de la vida a finales del período Meiji (1912). Una crónica íntima y evocadora sobre los gustos, estilo de vida, paisajes, objetos y modales de un Japón perdido. La cuchara de plata son las memorias de la infancia más elogiadas y leídas de Japón. Kansuke Naka fue un poeta, ensayista y novelista japonés, discípulo de Soseki Natsume, quien elogió profusamente la “frescura y dignidad” de la prosa de Naka y apoyó la primera edición de este libro. La oportunidad de viajar a un Japón que ya no existe de la mano de uno de sus escritores imprescindibles, cuya prosa elegante y exquisita tiene el poder de sumergirnos en una de esas historias que perduran en la memoria mucho tiempo después de haber sido leídas. “Maravilloso, fácil de leer y lleno de información fascinante sobre la vida y la cultura japonesas” San Francisco Book Review “Su perdurable estatus como uno de los relatos más queridos de Japón sobre la vida en Tokio a principios del siglo XX se debe no sólo a los detalles históricos de Naka, sino también a que es una parábola de nuestro sentido contemporáneo del aislamiento” The Japan Times
En un pasado lejano, no la llamábamos Hiroshima, sino Ashihara. Era un amplio delta cubierto de juncos». Así comienza la descripción que la escritora Ota Yoko hace del paisaje de su ciudad natal antes de que, el amanecer del 6 de agosto de 1945, la primera bomba atómica que descendía sobre el mundo lo cambiara para siempre. En un instante, un destello de luz verde azulada dejó tras de sí cientos de miles de muertos, una cifra superior de heridos, los edificios derruidos y la tierra quemada. Apenas unos días después, Japón resolvía su rendición absoluta: la guerra había terminado, pero, como remarca la autora, la vida continuaba.
Ciudad de cadáveres es el grito agónico de una víctima apremiada por la urgencia de plasmar por escrito la devastación, el horror, la desesperación y el caos de los que ha sido testigo.