Tamayura contiene diez relatos con historias que se entrelazan, a veces porque los protagonistas comparten el mismo nombre, otras por su carácter sutilmente sobrenatural, y casi siempre porque tienen el amor —y el dolor que nace de él— como tema central. Cada uno de ellos fue publicado primero en revistas literarias entre 1951 y 1956, años en los que la pobreza y la desolación de un Japón en ruinas traumatizaron a una generación abatida por la derrota en la Segunda Guerra Mundial.
En estos relatos, como en muchas de las obras posteriores de Yasunari Kawabata, la guerra y la rendición de su país marcan un antes y un después en la vida de los personajes, y son hechos históricos que están omnipresentes como telón de fondo. El propio autor los seleccionó para su publicación en esta antología que ve la luz por primera vez en castellano.
Maestro en el arte de desvelar lo extraordinario en lo ordinario, «leer a Yasunari Kawabata es como experimentar un haiku en forma de prosa: conciso, evocador y profundamente conmovedor» (The Independent). Uno de los grandes autores nipones del siglo xx y el primero en recibir el Premio Nobel, «su literatura actúa como un puente entre los paisajes serenos de Japón y las complejidades universales del corazón humano» (The Washington Post).
El amor es un tabú que no conoce reglas.
A Tiernan de Haas ya no le importa nada ni nadie. Hija única de un productor de cine y de su famosa esposa, ha crecido rodeada de riqueza y privilegios, pero sin amor ni un hogar de verdad.
Cuando sus padres fallecen de repente, sabe que debería estar devastada. Pero ¿ha cambiado algo realmente? Al fin y al cabo, siempre ha estado sola.
Jake Van der Berg, el hermanastro de su padre y su único pariente vivo, asume la tutela de Tiernan, a quien todavía le faltan dos meses para cumplir los dieciocho años. Tiernan es enviada a vivir con él y sus dos hijos, Noah y Kaleb, en las montañas de Colorado.
Lejos del resto del mundo, mientras los tres la toman bajo su protección y la enseñan a trabajar y sobrevivir en los bosques remotos, ella encuentra su lugar entre ellos… Las líneas se difuminan y las reglas se vuelven fáciles de romper cuando nadie más está mirando.
Uno de ellos la tiene.
El otro la desea.
Pero él... Él la hará suya para siempre.
Lo cierto es que nunca he podido narrar –ni opinar– desde un lugar discreto, nunca he podido hacerme invisible, y para ser sincera tampoco lo he intentado. Amo la realidad que desenmascaramos en cada uno de nuestros actos. Amo la voluntad de asombro.
Creo que lo más honesto que puedo hacer literariamente es contar las cosas como las veo, sin artificios, sin disfraces, sin filtros, sin mentiras, con mis prejuicios, obsesiones y complejos, con las verdades en minúscula y por lo general sospechosas. Hacerlo de otra manera seria presuntuoso por mi parte. Estaría engañándome y engañándolos».