Nada ha tenido tanto impacto en la historia de la humanidad como el cambio tecnológico. Si durante milenios los seres humanos vivieron básicamente con la misma renta per cápita, fue la Revolución Industrial, fruto en gran medida de nuevos hallazgos tecnológicos, la que hizo que nuestros ingresos se dispararan, y que a partir de 1800 se hayan multiplicado por veinte. Algo que ha sido posible incluso en lugares tradicionalmente poco desarrollados. Hoy nos encontramos ante una nueva oleada de innovaciones tecnológicas. Todas las anteriores han mejorado el bienestar humano en términos generales, pero también han generado dilemas, problemas y perdedores. Ahora, nuestras expectativas sobre la revolución digital son confusas. En primer lugar, porque, a pesar de la velocidad de los cambios, atravesamos un período de inusitada atonía en el crecimiento económico. Y porque, además, no sabemos el impacto que tendrán los robots, la inteligencia artificial y los algoritmos en el empleo y la distribución de la renta. En este panorama confuso y temeroso, los economistas Javier Andrés y Rafael Doménech trazan un mapa imprescindible para conseguir entender cuál es el futuro de nuestras sociedades en asuntos básicos como el trabajo, la desigualdad y el estado de bienestar. Y su punto de partida invita a la responsabilidad y la reflexión: no hay nada inevitable ni inexorable en las nuevas tecnologías. Pero para encauzarlas de manera adecuada es necesario que las decisiones personales, políticas y empresariales empleen esa tecnología para lograr una sociedad no solo más próspera, sino también más inclusiva.
En su poética descripción de la utopía, Eduardo Galeano juega con la paradoja de que cuanto más nos intentamos acercar a su horizonte más se aleja ella de nosotros. ¿Para qué sirve, entonces? Para seguir caminando, concluye el escritor uruguayo. En La ética del paseante y otras razones para la esperanza, el término ética alude a un refugio del ser humano. Y la esperanza se construye con las manos de la memoria, porque todos somos paseantes de su territorio mientras avanzamos hacia nosotros mismos deambulando por cualquier lugar.En cierto modo, el cuerpo es al alma lo que las palabras son a las ideas, así que tal vez, como sostiene el autor de este interesante ensayo, haya que transitar un poco por el pasado para poder seguir avanzando hacia el futuro. El mejor antídoto contra la indolencia que algunos proponen y la indecencia que otros disponen reside en la incuestionable capacidad que tenemos para poder pasear sosegadamente sobre lo que fuimos, imaginando lo que seremos. Somos memoria y lenguaje, ilusión y conciencia, un sitio inquieto al que llegamos para seguir caminando. Y, por tanto, una esperanza cargada de razones ante la permanente disyuntiva de partir o partirse.
Entre 1958 y 1962 cuarenta y cinco millones de chinos perecieron a causa de los trabajos forzados, la violencia y la hambruna a los que fueron sometidos por el gobierno de Mao Zedong. Obsesionado con la empresa frenética del Gran Salto Adelante, su iniciativa, destinada a superar el modelo económico occidental en menos de quince años, provocó una de las mayores catástrofes humanas de la historia. Gracias a una exhaustiva labor de investigación de los archivos provinciales y municipales chinos recientemente abiertos, Dikötter da voz a las víctimas del régimen y demuestra por primera vez que el implacable destino de las personas de a pie no fue un accidente, sino el resultado directo, y en buena medida calculado, de las decisiones en las altas esferas del poder. La gran hambruna en la China de Mao abre así una nueva brecha en el muro que aún separa a la actual China, heredera del maoísmo instaurado en 1949, del resto del mundo.