¿No existen los personajes de las novelas que nos apasionan? ¿No son verdaderas las figuras del cuadro que nos absorbe o las escenas de la película que nos aterroriza? ¿Por qué nos emocionan así entonces? ¿Por qué nos las creemos tanto como para sollozar o reír a carcajadas? Actualizando un tema clásico del pensamiento occidental, la pregunta por el estatuto de realidad que corresponde a las creaciones artísticas, Pablo Maurette (autor de El sentido olvidado: ensayos sobre el tacto, Mar Dulce editora, 2015) compone aquí un ensayo brillante, preciso y delicioso. Armado con el concepto grecolatino de evidencia, Maurette recorre hitos artísticos y filosóficos de toda nuestra tradición (de Platón a Susan Sontag, pasando por Giotto o Proust), deteniéndose especialmente en un cuento de Julio Cortázar y en una película de Quentin Tarantino, para desnudar como nunca las herramientas y estrategias clave de esa mágica fábrica de verdad que son nuestras ficciones.
Luis XIV gobernó Francia desde su dormitorio. Durante la segunda Guerra Mundial Winston Churchill gobernó Gran Bretaña desde el suyo. Los viajeros acostumbraban acostarse con extraños y familias enteras compartían la cama en muchos hogares preindustriales. Las camas era artículos caros y, a menudo, de exhibición. A Tutankamón lo enterraron en un lecho de oro; los griegos acaudalados partían al más allá en camas-comedor y a los victorianos de clase media fallecidos se les reclinaba sobre una cama en el salón.
En esta amplia historia social, que cubre los últimos 70000 años, Brian Fagan y Nadia Durrani analizan el papel infinitamente variado a lo largo del tiempo. Este era un lugar para el sexo, la muerte, el parto, la naración de historias y la socialización, así como para dormir. ¿Pero quién hacía qué con quién, por qué razones, y como era que esto podía variar increíblemente según el momento y el lugar? Es apenas en la era moderna que la cama se ha transformado en una zona privada y oculta, y en gran medida su rica historia social ha quedado en el olvido.
La economía y los conceptos que se utilizan para describirla están por todas partes. Los medios de comunicación bombardean a sus audiencias con jerga económica constantemente. Se usan términos como “gasto público”, “mercado”, “evasión fiscal”, “austeridad presupuestaria”, “déficit comercial”, etc. Con todo, pocas personas podrían definir estos conceptos si se les pidiera explicarlos y este desconocimiento se ve reflejado en las pésimas decisiones que toman los políticos. Por ello, Thomas Porcher propone remediar este vacío de conocimiento con este diccionario, en el que explica nociones económicas de manera clara y puntual. Dirigido a todo público, se busca que el contenido permita a los lectores entender, pensar de forma crítica y elaborar argumentos para tener voz en el debate de las políticas económicas de su país.
Robert Darnton analiza el funcionamiento de la industria editorial durante el periodo de la Ilustración en Francia y zonas vecinas. La obra expone la importancia del papel del editor en la difusión de las obras, así como los conceptos emergentes de “propiedad intelectual” y “piratería” durante la época.
Maigret plantea una serie de precisiones temáticas y cronológicas sobre las distintas corrientes de pensamiento que han abordado el tema de la comunicación. Conservando una visión histórica, que ilustra la evolución de las teorías y los compromisos de los autores, trata de poner de manifiesto los elementos canónicos de cada una de las grandes tradiciones.
Este trabajo pretende complementar la imagen que define a Borges como un escritor cosmopolita, sin nexos significativos con su propia realidad histórica y cultural que puedan rastrearse en sus textos. Por el contrario, aquí se postula que la reconocida universalidad del autor sólo fue posible a partir de sus múltiples relaciones con la cultura rioplatense.
El pensamiento pensante, el pensamiento despensado y el pensamiento pensado, son las partes en que el autor ha dividido su ensayo para analizar las corrientes de Malebranche, Leibiniz, Spinoza, Rousseau, Huet, Hobbes, Regiua y otros que conformaron la filosofía europea clásica.
El libro de Jean Baudrillard, La sociedad de consumo, es una contribución magistral a la sociología contemporánea que, ciertamente, ya tiene su lugar en el linaje de obras tales como La división del trabajo de Durkheim, La teoría de la clase ociosa de Veblen o La muchedumbre solitaria de David Riesman.
Baudrillard analiza las sociedades occidentales contemporáneas, incluida la de los Estados Unidos, y se concentra en el fenómeno del consumo de objetos, tema que ya abordó en El sistema de los objetos. En la conclusión de ese volumen, ya formulaba el plan de la presente obra: «Hay que plantear claramente desde el comienzo que el consumo es un modo activo de relacionarse (no sólo con los objetos, sino con la comunidad y con el mundo), un modo de actividad sistemática y de respuesta global en el cual se funda todo nuestro sistema cultural».
El mayor experto mundial en el campo de la energía explica por qué no alcanzaremos el objetivo global de cero emisiones en 2050.
A pesar de los acuerdos internacionales, la regulación, la inversión pública y privada, el progreso técnico y los cambios de comportamiento, el consumo mundial de combustibles fósiles aumentó un 55 % entre 1997 y 2023.
En el mismo periodo, la proporción de combustibles fósiles en el consumo energético global ha pasado del 86 % al 82 %.
La cruda realidad es que la transición en curso será muy larga y complicada. Opera a una escala sin precedentes, exige tecnología que aún no ha sido inventada y cantidades ingentes de recursos naturales y plantea imponentes desafíos ambientales, sociales, económicos y geopolíticos. Debemos escoger: invertir un 20 % del PIB mundial en la transición; decrecer voluntariamente (o colapsar involuntariamente); o renunciar al objetivo climático de 1,5 ºC y fiar así el mundo al destino, devolviéndole a los dioses lo que la modernidad quiso quitarles.
He aquí el trilema en torno al cual gira este breve y fascinante ensayo, escrito por uno de los científicos e intelectuales más originales e influyentes de nuestro tiempo.
«Que otros se jacten de las páginas que han escrito; | a mí me enorgullecen las que he leído», decía Borges. Y es que los buenos libros nos transforman; un pasaje, por breve que sea, puede despertar la curiosidad del lector y animarlo a leer una obra que cambie su vida para siempre. He ahí el poder de la literatura, que no sólo nos abre horizontes, sino que deposita en nosotros, de manera lenta pero constante, la clave para entender la vida. Llevado por esta idea, Nuccio Ordine nos invita en Clásicos para la vida a descubrir o recordar a algunos de los clásicos de todos los tiempos, maestros de innumerables generaciones: Platón, Rabelais, Shakespeare, Cervantes, Goethe, Rilke… Pues para el autor la enseñanza, la educación, constituyen una forma de resistencia a las omnipresentes leyes del mercado, a la mercantilización de nuestras vidas, al temible pensamiento único.