Sócrates no solo sabía que ignoraba toda técnica para acceder al bien y al Dios. Precisamente sabía que la ignoraba porque entendía de amor; y como entendía de amor, entendía de muerte. La sabiduría socrática es siempre, por lo menos, muy difícil de superar. ¿Acaso en nuestro tiempo se la ha dejado atrás definitivamente? ¿No ocurrirá que todavía tiene que enseñarnos lo que solo hoy, devastado el mundo en formas que antes no se pudieron imaginar, podemos aprender?
Tal vez por ello sea preciso volver a hacerse niño, para escuchar y mirar de nuevo los temas que mueven el corazón humano: el amor a los padres y a los amigos (philía), el amor que nace de la atracción (eros), amores ambos que tienen que ver con la caza filosófica y confrontan con la alteridad de los otros.
Se entra en la amistad y en el amor erótico sin saber cómo, no guiados por la conciencia o los conceptos, y menos aún por la filosofía. Pero nada obliga a suponer que la evolución de eros y philía tenga que conservar esta condición. El ser humano es también afán de claridad, afán de control de sí mismo; en definitiva, buscador de la virtud y la excelencia, que en la vida adulta a veces logra abrir a la trascendencia.
Al comprar una casa en la isla de Hidra, la escritora Charmian Clift cumplió un sueño largamente acariciado: echar raíces en un puertecito de aguas cristalinas, luz cegadora y costumbres sencillas, lo más parecido a un paraíso en miniatura. Allí, Clift y su marido pronto ocuparon el centro de una comunidad de artistas y bohemios, soñadores y vagabundos que buscaban en Grecia una vida barata y sin ataduras, consagrada a la creación o a la vagancia. Entre ellos destacaría un todavía desconocido Leonard Cohen, al que el matrimonio acogió e inspiró con su ejemplo. Pero, como todo paraíso terrenal, el de Clift tenía un precio. Los días se le iban en poner coto al caos doméstico y en cuidar de sus tres hijos, los ingresos que generaban los derechos de autor eran exiguos, y las tabernas y el alcohol eran una distracción constante. Después de los pobres creativos llegaron los ricos y sus yates, y un buen día una legión de norteamericanos desembarcó en Hidra para rodar una película de Hollywood. Aquel rincón idílico se había convertido en una isla chic.
Los buscadores de loto es la crónica apasionante del nacimiento y la disolución de una utopía, de una época efervescente en la que Hidra fue un laboratorio social y artístico en el que experimentar con formas de vida distintas, antes de que el turismo y la modernidad más ramplona interrumpieran un sueño que parecía eterno.
Rudyard Kipling encontró la perdición en los burdeles de la India colonial; Conrad descubrió en Borneo un destino hecho para los «hombres sin entrañas» y Graham Greene quedó atrapado entre nubes de opio en la decadencia de Saigón.
David Jiménez sigue las huellas de escritores legendarios que quedaron hechizados por la magia de Oriente, recorre los escenarios de sus libros y se embarca en una odisea para resolver el gran misterio. ¿Cuál es el secreto que ha empujado a viajeros, exploradores y escritores hasta el Este desde tiempos de Marco Polo?
El autor se adentra en la Birmania que George Orwell vivió como policía imperial; la China donde la mítica reportera Martha Gellhorn sufrió su «viaje al infierno» en compañía de Hemingway; o la Filipinas disparatada que describió Manu Leguineche.
Míticos hoteles de guerra, islas remotas, mundos perdidos y personajes fascinantes protagonizan un recorrido en el que Jiménez nos descubre qué permanece y qué se ha desvanecido del Asia que inspiró a las figuras de la literatura. El resultado es una aventura a través de un continente en ebullición, una travesía por lo más profundo de la naturaleza humana y una búsqueda, trepidante y obsesiva, del elusivo misterio oriental.
¡Libertad o muerte! Dilema falaz, replica Pierre Grimal: la verdadera libertad solo se cumple plenamente con la muerte. ¿De dónde proviene, entonces, ese mito de la libertad, que conlleva tantas esperanzas portadoras de carnicerías? Pierre Grimal describe su origen y aparición, desde la primera definición negativa (ser libre era lo mismo que no ser esclavo) hasta llegar a su acepción metafísica (la libertad de conciencia y de ser), pasando por su ambigua transformación política (la libertad cívica).
Al analizar las estructuras peculiares de las sociedades griega y romana, Pierre Grimal reconstruye la auténtica historia de la libertad. Denuncia así la «desvergonzada impostura» de la presunta libertad ateniense y establece que únicamente Roma conoció un concepto de libertad que anticipase las ideas modernas del derecho individual, de la dignidad y la autonomía humanas.
Esta historia de la libertad muestra su recorrido sembrado de yerros trágicos o sublimes ―que recuerdan la trayectoria de un Ulises vagando en busca de sabiduría―, al término del cual aparece la plena significación de un concepto que, para unos, representa la más alta dignidad del hombre y, para otros, una superchería creada para desgracia de la sociedad.
«“La ira de los imbéciles llena el mundo”. Esa frase de Georges Bernanos en su célebre ensayo sobre la Europa de los totalitarismos Los grandes cementerios bajo la luna vuelve a estar vigente, si bien nunca dejó de estarlo del todo. El escritor francés lo escribió a raíz de lo que presenció en la Guerra Civil española en Mallorca, donde le sorprendió su estallido y durante la que presenciaría horrorizado la barbarie de las tropas vencedoras, “imagen —escribirá— de lo que será el mundo mañana”. A Bernanos, conservador y católico practicante, la represión y la ira de los franquistas (en teoría sus correligionarios ideológicos) le impresionó de tal modo que decayó en su apoyo inicial al levantamiento militar y, vislumbrando lo que se avecinaba en el continente, escribió un alegato contra el fascismo y la guerra que es ya un clásico de la literatura europea y universal».—Julio Llamazares