Los Esclavos de Yucatán es el primero de los reportajes que forman México Bárbaro, en él, Kennet Turner describe la brutal explotación en las haciendas henequeneras de la península del sureste mexicano. "Una y otra vez comparé, en la imaginación, el estado de los esclavos de nuestros estados del Sur, antes de la Guerra Civil, y siempre resultó favorecido el negro. Nuestros esclavos del Sur estaban casi siempre bien alimentados; por regla general no trabajaban con exceso; en muchas de las plantaciones rara vez se les pegaba; de cuando en cuando era costumbre darles algo de dinero para pequeños gastos y se les permitía salir de la finca por lo menos una vez por semana. Éstos, como los esclavos de Yucatán, eran ganado perteneciente a la finca; pero, a diferencia de aquéllos, se les trataba tan bien como al ganado." John Kenneth Turner
Este libro lleva al lector a través de un viaje de descubrimiento por el valle del río Jordan y las colinas de Galilea, desde las playas del Mediterráneo hasta las arenas del Néguev, en una búsqueda por ensamblar las piezas de un mosaico que se remonta a lo largo de los milenios. Espectaculares vistas aéreas, tesoros artísticos, ruinas y escenas de la vida cotidiana quedan reflejadas en una serie de impresionantes fotografías acompañadas de amenos textos, gráficos y planos. Fotografías, esquemas e ilustraciones a todo color.
Los milicianos jiguaniseros se dispusieron a la lucha, y los hechos se desencadenaron. (…) Al llamado del Movimiento, el municipio de Jiguaní respondió con un alzamiento masivo de sus milicias como apoyo a la Huelga.
Entre los méritos del libro resalta su gran realismo, lo cual aumenta el valor testimonial de la obra, que es una contribución al conocimiento de la historia de nuestra nación. Fueron aquellos días, los de Baire, Contramaestre, Maffo, Jiguaní y todos los rincones del municipio, los que hicieron honor a su inmarcesible pasado mambí. «Sangre y dolor de abril. Jiguaní, 1958», apunta al valor ideológico que debe tener todo documento revolucionario. En él vemos cumplida la tradición literaria de mostrar la literatura de campaña para perpetuar la memoria histórica.
En mayo de 1938, alrededor de 2.500 hombres se amontonaban en las brigadas del penal del fuerte de San Cristóbal (Navarra). Entre los reclusos había presos políticos y prisioneros de guerra que vivían en condiciones infrahumanas y bajo permanente amenaza de tortura o ejecución.
El domingo 22 de mayo de ese año, el calendario marcaba la fiesta de santa Rita, patrona de los imposibles, cuando 795 de ellos lograron escapar de la histórica fortaleza. Esta gran evasión republicana no fue una fuga improvisada y provocó un enorme impacto en las autoridades franquistas.
Ante la idea de que, en plena Guerra Civil, «un puñado de presos desnutridos y apaleados» tomara una de las prisiones más seguras de la España franquista, estas ordenaron una feroz cacería de los fugados en l a que participaron soldados, guardias civiles, carlistas, falangistas y civiles. Solo tres de ellos lograron llegar a Francia. 206 fueron asesinados, otros catorce fueron ejecutados posteriormente y los demás, reingresados en el propio fuerte de San Cristóbal, donde otros 46 fallecerían en los próximos años. Eran los héroes de una fuga histórica y sin precedentes que quedó silenciada.
Una esclarecedora crónica que es a su vez una llamada a enfrentar los retos climáticos del presente y el futuro.
Hacia finales del siglo XVI, las temperaturas empezaron a caer, hasta tal punto que se helaron las aguas de algunos puertos mediterráneos y las aves se congelaban en pleno vuelo... Sobre el hielo del Támesis se organizaban animadas ferias.
A mediados del siglo siguiente, Europa se transformó: cosechas arruinadas, hambrunas, migraciones… El propio pensamiento occidental inició un proceso de cambio culminado con el surgimiento de la Ilustración, que combatió la concepción de esos fenómenos naturales como señales o castigos divinos.
El motín de la naturaleza presenta las consecuencias de una alteración repentina del clima a partir de testimonios de distinto cuño: los hay de personajes más o menos anónimos que documentaron los estragos que causaron aquellos largos y duros inviernos y aquellos veranos sin sol; pero también aparecen grandes pensadores y científicos, como Pierre Bayle, Voltaire, Montaigne o Kepler, que vieron sus obras e investigaciones transformadas por la Pequeña Edad de Hielo. Con todos ellos, Philipp Blom dibuja un fresco que acaba revelándose como una reflexión sobre los desafíos de la catástrofe que se avecina. Y es que, enfrentada hoy a nuevas, profundas y ominosas perturbaciones del clima, comparables en sus efectos a las padecidas en aquellos dos crudos y gélidos siglos, la sociedad actual debe centrarse otra vez en encontrar soluciones imaginativas y duraderas. Conocer la Pequeña Edad de Hielo de la mano de este ensayo excepcional nos permite intuir, cuatrocientos cincuenta años más tarde, que sin recurrir a la razón, la ciencia y la tecnología el panorama futuro puede acabar siendo un desastre irreversible.
¿Qué hacía reír a los romanos? ¿Cómo entendían la risa? ¿Era la Antigua Roma una sociedad donde se prodigaban las bromas y los chistes? ¿O era una cultura cuidadosamente regulada en la que los excesos incontenibles de la risa suponían una fuerza a la que temer con su mundo de complicidades, ingenio mordaz e ironía? ¿Qué papel jugaba la risa en el mundo de los tribunales de justicia, el palacio imperial o los espectáculos circenses? La conocida historiadora Mary Beard, Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales en 2016, analiza uno de los temas históricos más complejos: de qué y cómo se reían los antiguos romanos. Ha basado su investigación sobre una amplia variedad de escritos de la época, que van de ensayos sobre retórica a la primera antología de chistes, "Philogelos", algunos de los cuales ilustran su análisis a lo largo del libro. Aunque cada sociedad y tiempo tienen su propio sentido del humor, el libro de Mary Beard nos lleva a la conclusión de que el de los romanos no nos es ajeno. Se aprecia una cierta continuidad entre su sentido del humor y el nuestro, ya que los antiguos romanos tenían un concepto del chiste tal y como se entiende hoy en día en Europa. Es decir, que además del Derecho Romano, las lenguas latinas y todo lo que hemos heredado de la Antigua Roma, tenemos un elemento más que nos ha venido de los romanos, la idea de "chiste" moderno y, con éste, un peculiar y compartido sentido del humor.