El siglo XVI es una época en movimiento incesante, un mundo en transición del que Rabelais (1494-1553) no será testigo mudo ni pasivo. Todo lo contrario: es preciso inscribir su obra –gigantesca– como una de las más importantes y ambiciosas en esa trama de iniciativas dispares en las que la política, la religión, la ciencia, el arte, la técnica, el derecho, la literatura... se dan la mano. Obra singular por sus múltiples registros, obra única por sus incontables niveles: todos los ámbitos de lo real y de lo imaginario, todos los peldaños de la escala que va de lo más bajo a lo más sublime, tienen su lugar en esa obra voraz de uno de los más grandes escritores de la literatura universal. Nunca en el pasado, nunca en su futuro, una obra tuvo tal capacidad de ingestión y digestión de materiales tan diversos. Metabolismo desmesurado, excesivo –aunque también educado y exquisito– como el de los gigantes que la habitan.
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