Víctor Andrés escribe o borda «El sastre de las mariposas» sobre una superficie de piel o de aire; lo digo porque algunos poemas duelen y otros alzan el vuelo después de ser leídos. Dentro de este imaginario con forma de alas se hila mantas de luz y sombras tan lúcidas como la locura, donde la casa habita las sillas o un olvido es capaz modificar el destino, cubriéndolo todo, hasta el tiempo.
Su presencia persiste a lo largo de todo el poemario, tanto en su sonar clásico de reloj como en el ritmo de las gotas o en los segundos que se estiran hasta caer. Redondo y a la vez libre, «El sastre de las mariposas» aguarda para agujerearte la razón.