La visión ácida y crítica que Nikolái Gógol (1809-1852) tenía de la Rusia del zar Nicolás I, puesta de relieve en sus Historias de San Petersburgo -entre las que se cuentan relatos tan célebres como «La nariz» y «El abrigo»- y más aún en su novela Almas muertas (ambas publicadas en esta colección), encuentra quizá su más acerada y universal expresión en El inspector, obra que en su primera representación en 1836 dejó conmocionada a buena parte del público asistente. En este peculiar "retablo de las maravillas" ruso, el rumor de la visita de un inspector a una pequeña ciudad del Imperio deja al descubierto todas las miserias y corruptelas de una sociedad en la que, a falta de cualquier instancia de control, el envilecimiento y el cohecho se convierten en normalidad.
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