Desde la ventana de su casa, la señora Sweet mira en perspectiva su presente y su pasado, su ahora y su entonces. La conmovedora anatomía que dibuja de un matrimonio decadente —el señor Sweet ha empezado a odiarla— también nos habla de una juventud rota, ya que ella emigró a Estados Unidos «en un barco bananero», como su marido se empeña en señalar. Pese a la felicidad y el alivio que le proporcionan sus hijos, el joven Heracles y la bella Perséfone, pocas cosas pueden distraerla de su obsesión por los erráticos progresos de su jardín o alejarla de la habitación contigua a la cocina donde a menudo se encierra para interrogar al pasado.
Agotado