Rosa Luxemburgo inicia en cierto modo la estirpe de disidentes políticos del siglo XX, pues abre el camino que seguirán más tarde Serge, Koestler, Orwell y Camus, entre otros. «La libertad solo para los partidarios del gobierno, solo para los miembros de un partido —por muy numerosos que estos sean—, no es libertad en absoluto. La libertad es siempre y exclusivamente libertad para quien piensa de manera distinta», escribió la autora en 1918, reflexionando sobre la deriva totalitaria de la Revolución rusa mientras ella y su compañero de partido, Karl Liebknecht, se hallaban en prisión. Ambos habían sido encarcelados por el gobierno alemán por oponerse a la orgía nacionalista y a la guerra que desgarraba Europa, y ambos serían asesinados poco después por las fuerzas paramilitares alemanas que iban a constituir el núcleo de los camisas pardas y el preludio del régimen nazi.
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