En su lecho de muerte, el Almirante Don Cristóbal Colón examina con intención autocrítica la visionaria gesta del descubrimiento de las nuevas tierras, lograda con el supremo apoyo de su amada Reina Isabel de Castilla. Lo hace a través de una carta, a manera de testamento, para su hijo Diego y para la posteridad, evocando las adversidades, los errores, los deslumbramientos.