Esta novela no contiene una fábula del estereotipado hombre lobo de las narraciones paranormales, sino de otro antagonista, de carne y hueso. Este, producto del maltrato de la madre, se convierte en un asesino serial más letal que Jack el destripador, y sufre de licantropía. En el transcurso de los siete intensos capítulos, dos interludios y el epílogo de la obra, es perseguido por el detective, Ernesto Sierra, una especie de Sherlock Holmes dominicano, inflexible en sus objetivos. Como en la obra se mantiene al lector en vilo hasta desenmascarar al criminal parecería que se tratara de una novela policíaca clásica al mejor estilo de Arthur Conan Doyle, Agatha Christie y Raymond Chandler. Nada más falso. El autor, por medio de la trama, apuesta a renovar el género mismo policíaco, pues uno de los principales personajes es el busto de Cervantes colocado en el centro del parque homónimo de Ciudad Nueva. Otro es Alex, médium gobernado por seres existentes en otros planos, gracias a los cuales adquiere poderes trascendentales y extraordinarios: por un lado, tiene contactos con familiares muertos, como su mujer, Pamela, la primera víctima pública del hombre lobo; y por el otro, goza de la protección del busto de Cervantes y tiene además pesadillas reveladoras que le permiten ver los movimientos del asesino en los mismos instantes en que los realiza. La cooperación de Alex y del busto de Cervantes serían partes de las claves que le permitirían a Ernesto Sierra develar la identidad del asesino. Nadie creerá en estas claves, salvo los lectores, que cuando terminen de leer El hombre lobo, de Edwin Disla, se convencerán de lo que afirmara Shakespeare, que en el cielo y en la tierra hay más cosas de las que han sido soñadas en la filosofía de ustedes.
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